30 oct 2009

Su vida entre flores

Caminaba por una calle empedrada de un pueblo antiguo, era algo incómodo para Carlota hacerlo en sus hermosos tacones nuevos, pero quería verse moderna, sofisticada, así como las modelos que veía en revistas, o como las actrices de sus novelas favoritas. Se dirigía a su nuevo hogar, era algo extraño cambiar de pueblo en donde vivir, pero al fin y al cabo eran sitios pequeños y no tardaría en adaptarse; por lo menos no iba a vivir en la caótica ciudad.

Llegaba a trabajar en una gran casa, y teniendo en cuenta lo mucho que veía televisión, no era extraño saber que pensaba que en la hacienda en la que iba a vivir ahora estaría el hombre de sus sueños: apuesto, inteligente, caballeroso, adinerado y completamente enamorado de ella

Cuando por fin logró llegar con algo de decoro y postura a su nuevo hogar, se encontró con una casa gigante, completamente blanca y rodeada de hermosos jardines. Se anunció, y el portero le hizo saber que los dueños de casa la esperaban en la sala mientras tomaban el té. Carlota levantó su pequeña maleta y algo nerviosa siguió las instrucciones del vigilante hasta llegar al lugar señalado; esperaba encontrar a su príncipe azul, pero a diferencia de eso, halló a una pareja de ancianos muy elegantes, que con mucha amabilidad le indicaron que entrara al recinto. Ella, desilusionada, sonrió pobremente a modo de saludo y se paró detrás de una poltrona azul cercana a la puerta. Los ancianos se presentaron, eran Camila y Gregorio, sus nuevos patrones, sin hijos y de mascota un cocker que no tendría que cuidar. Ellos querían que se ocupara de sus jardines, les habían dicho que ella era maravillosa con las flores y no les habían mentido; Carlota las amaba, las mimaba, les cantaba. Le gustaban más que sus telenovelas y sus tacones nuevos.

Le mostraron su habitación, era modesta pero acogedora, muchísimo mejor que la que tenía en su propia casa. Tenía una cama sencilla, un pequeño escritorio, un armario y un tocador. En el mismo momento en que lo vió, supo que iba a ser feliz allí, ella era sencilla y no pedía mucho para estar a gusto. Solo faltaba algo, no tenía un televisor, pero como adivinando sus pensamientos, Camila le informó que se lo instalarían en la tarde y Carlota volvió a sonreír agradecida. La dejaron sola para que se acomodara.

Dejó su maleta en una esquina y recorrió muy lentamente la habitación, no se necesitaban muchos pasos para hacerlo completamente pero ella quería acoplarse a cada rincón. Esa tarde, como dijo Camila, le instalaron el televisor, y luego, mientras veía a sus actrices favoritas y deseaba algún día ser como ellas, se acomodó. Con su sueldo compraría hermosos vestidos, bastante maquillaje, accesorios que combinaran y mas tacones para salir los domingos al pueblo y, entre los turistas, encontrar al hombre se sus sueños.

Esa noche durmió cómodamente, y al amanecer se vistió con su uniforme, tomó las herramientas y se dirigió a la cocina, quería desayunar rápidamente y comenzar con su trabajo, pero no contaba con que mientras comía algo, conocería a los demás habitantes de la casa: la cocinera, el todero, las personas que arreglaban la hacienda y los vigilantes. Con ellos se presentó, se comenzó a conocer, rió y alegró su mañana. Luego fue a los jardines y comenzó a trabajar.

A su alrededor había rosas, lirios, pensamientos, margaritas, tulipanes y orquídeas, aquellas flores que tanto le gustaban, esas flores que día a día alegraban su vida. Comenzó por remover la tierra seca que tenían alrededor de sus tallos, luego cortó sus hojas y ramas viejas mientras les hablaba y les cantaba. Ellas sabían todos sus secretos, todos sus sueños de telenovela y sus incalculables desilusiones; porque aunque a su edad Carlota ya sabía que la vida no era rosa como lo que veía en televisión, muy en el fondo todavía tenía la esperanza de encontrar a su príncipe azul a la vuelta de la esquina.

Pasaron los días, Carlota era feliz en la hacienda en donde vivía y trabajaba, sus patrones y compañeros la querían, los jardines jamás habían estado tan hermosos y los turistas siempre iban a admirarlos mientras ella, sonriente y agradecida por los maravillosos comentarios que la gente hacía sobre sus flores, muy atenta, subida en sus incómodos tacones, buscaba entre los visitantes al hombre de sus sueños.

Como definitivamente veía que a la hacienda no llegaba ese hombre anhelado, cada domingo vestía sus mejores prendas y bajaba al pueblo en donde hablaba con la gente, siempre buscando su sueño.

No se puede decir que no salió con varios, se divirtió, si, pero ninguno se acercó siquiera un poco al ideal que ella tenía. Así, entre flores multicolores y esperanzas rotas, pasó su vida Carlota, quien al final comprendió que jamás debió idealizar su imagen de hombre perfecto, porque por buscar una persona que no puede existir sino en su imaginación, dejó pasar hombres maravillosos que pudieron hacerla realmente feliz.

Fin.




25 oct 2009

Todo bajo la lluvia

Era una tarde lluviosa en la ciudad, para sus habitantes se había convertido en algo normal y todos vestían abrigos y bufandas para atraer un poco de calor a sus cuerpos. La ciudad se convertía en un mar de paraguas, en donde todos caminaban sin fijarse en los demás.

Él vestía un elegante abrigo negro de paño inglés, una bufanda del mismo color y guantes compañeros. Se veía elegante y sobrio, como realmente quería que los demás lo notaran. Caminaba rápidamente para poder resguardarse lo antes posible del clima cuando de pronto sintió que su hombro se había estrellado, giró hacia su lado izquierdo y sus ojos se encontraron con una mirada interesante, enigmática, una hermosa mirada proveniente de los mas maravillosos ojos azules; él, que no creía en el amor a primera vista, había quedado prendado para siempre en ese preciso momento de aquella bella mujer.

Ella le sonrió, ambos se disculparon por su torpeza al caminar y continuaron mirándose por lo que les pareció una eternidad. Mientras tanto, la lluvia aumentó su intensidad y comenzó a golpear sus paraguas cada vez más fuerte, fue lo único en su entorno que los hizo salir de su estupor. Él la invitó a tomar un café y ella encantada, aceptó.

Entraron a la vieja cafetería de la esquina y se sentaron junto a la ventana, pidieron el café y comenzaron a conocerse; afuera, la gente indiferente casi corría para huir de la tempestad, pero para ellos no había nadie más en el mundo que el ser que tenían al frente. Sonreían, coqueteaban y para ellos el tiempo se había detenido, querían explorar tanto del otro que pasaron casi toda la noche hablando. Cuando cesó la lluvia él la acompañó hasta su casa y sin poder evitarlo, sus labios se juntaron para formar el beso más tierno que pudieron haber dado jamás.

Sin haberlo dicho, a la siguiente noche ambos llegaron a la misma cafetería. Su alegría fue inmensa al encontrarse allá, y desde ese mismo instante supieron que no se volverían a separar jamás. Se contaron secretos, anécdotas y rieron juntos de las más extrañas historias que cada uno tenía para compartir.

Se conocieron, comenzaron a salir y juntos empezaron una nueva vida para siempre. Fueron felices, se complementaban y siempre se detenían en la vieja cafetería a contemplarse el uno al otro, mientras los demás corrían afuera, huyendo de la inclemente lluvia.

Fin.




23 oct 2009

Intruso en el refugio

Estaba sentada en el banco de un parque, miraba al infinito y tenía la mente en blanco, algo inusual en ella, que era una mujer que siempre estaba pensando mil cosas a la vez, hacía planes, recordaba canciones, imaginaba los más románticos poemas y deseaba realizar muchas buenas acciones a la vez.

De pronto sus ojos se posaron sobre una hermosa pluma blanca que paseaba por el parque a merced del viento, era pequeña, tímida, quería pasar inadvertida, pero jamás lo lograría con esta mujer sentada en el banco del parque. Ella vió la pluma e inmediatamente su mente comenzó a volar también, imaginando todo lo que pudo haber visto en sus viajes empujados por el viento, cuando de repente un niño pequeño saltó, la tomo entre sus manitas y se dirigió a la mujer con una gran sonrisa en su cara. Él se había dado cuenta que la mujer quería tenerla y para ella la había atrapado. Era su madre y aunque fuera solo un infante, tenía claro que quería darle todo, así como ella le daba a cada instante todo su amor, toda su atención, toda su vida.

La mujer le devolvió la sonrisa, guardó la pluma en el bolsillo de su camisa, en ese que quedaba al lado del corazón, tomó al niño de la mano, lo besó y le propuso que volvieran a su casa. Allá estarían solos, era su mundo, nadie podía vulnerarlo, nadie podía entrar más que ellos dos, ni siquiera las plumas voladoras, por más hermosas que fueran.

Allá en su pequeña casa eran felices, jugaban, cantaban, aprendían, crecían juntos. Nada los dañaba. Fue así, entre risas y secretos que hablaron de todo, el niño preguntaba constantemente a la madre y ella, en medio de su gran amor respondió pacientemente a cada una de sus dudas.

Una tarde, mientras la madre esperaba a que su hijo saliera del colegio, un hermoso perrito se le acercó y comenzó a batirle la cola, ella lo miró enternecida y lo levantó al nivel de su cara, en el momento en el que el animalito se disponía a lamerla para mostrar su aprecio, ella sintió que halaban suavemente su falda y, al mirar hacia abajo vió a su hijo junto a ella con cara curiosa; sus ojitos no sabían hacia dónde dirigirse, si a su mamá para que le explicara por qué tenía un perro en las manos, o a ese precioso animal que lo observaba desde las alturas.

Su mamá entendió esa mirada y le dijo que acababa de verlo, juntos buscaron incansablemente a los dueños pero fue una causa perdida, no lo lograron. Ya empezaba a anochecer y los tres: madre, hijo y perro estaban cansados y hambrientos, por lo que se dirigieron a su casa a reposar. En su refugio soltaron al animal que comenzó a recorrer toda la casa, olía cada rincón, lo inspeccionaba y sin que sus nuevos dueños lo notaran se apropiaba de cada uno. Este era ahora su hogar.

La mujer y el niño le dieron comida al perro mientras le ubicaban su cama junto a la chimenea De ahora en adelante ya no eran solo los dos, un intruso había logrado ingresar a sus vidas con una mirada tierna y ahora eran tres: tres para jugar, tres para cantar, tres para aprender, tres para crecer.

Fin.




21 oct 2009

Arrullada por la luna

Ella quería viajar, conocer, soñar…solo era una niña, pero tenía grandes ilusiones. Cada noche se sentaba frente a la ventana a numerar estrellas; una a una las miraba y pensaba que eran los peldaños para poder llegar a la luna, la única que podía contarle historias hermosas sobre los sitios más exóticos en la tierra.

Una noche callada, de esas que siempre le gustaban porque podía hacer volar su imaginación, decidió tomar su oso de felpa preferido y comenzar el viaje deseado, el viaje anhelado. Subió una a una las escalinatas, contando cuántos peldaños la separaban de la hermosa luna: uno, dos, trescientos…dos mil uno!!! Por fin, allí estaba, sentía miedo, admiración, respeto. Estaba frente a la maravillosa y hermosa luna, luna caprichosa, la luna que tanto había admirado desde su ahora lejana ventana. ¿Qué podía decirle a la luna ahora? Su mente infantil quedó en blanco y de repente olvidó todas las preguntas que tenía que hacerle; pero la luna, dama tan maravillosa y conmovedora conocía todos sus secretos, todos sus pensamientos, miró a la niña a los ojos, le sonrió y le ofreció sus brazos para arrullarla mientras le decía que iba a contarle infinidad de historias.

La niña quería saber sobre ciudades y pueblos, desiertos y mares, quería conocer todos los secretos de la tierra y la luna al oído le dijo que cada noche le mostraría un lugar diferente, le enseñaría los espesos bosques, las hermosas montañas y las llanuras más extensas; empezó por contarle sobre el mar, el más imponente de todos los paisajes, le mostró cómo delicada e incansablemente acariciaba constantemente a la playa, su gran amor, y cómo, dentro de su generosidad, daba vida y posada a los más extraños e inimaginables seres.

Le mostró sus variadas tonalidades y le enseñó que gracias a todos los que habitan en él puede tener una coloración azul intensa o puede llegar a tener hermosos verdes.

La niña miraba tanta inmensidad, tanta grandeza y deseó por uno momento no estar tan alto y poder tocar, oler y ser arrullada por el majestuoso mar. La luna lo notó y comenzó a mecerla en sus brazos, mientras la niña cerraba sus ojos y comenzaba a soñar con que las olas la estaban moviendo lenta y rítmicamente. Se durmió.

Ahora cada noche, como se lo prometió a la niña en su primera visita, la luna le muestra las sorpresas que a todos nos tiene la tierra.

Fin.



Bienvenida

Este es un nuevo proyecto, en donde intento mostrarle al mundo los cuentos que voy escribiendo poco a poco. No puedo decir en este momento si serán solo escritos infantiles, irán saliendo poco a poco y ya veremos.

Obviamente no puedo dejar de lado mi pasión, la música. Es por esto que a cada cuento le buscaré un video musical que tenga algo que ver con lo escrito.

Espero que sea del agrado de todos. Un feliz día.



 
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