27 jun 2010

Heroína

Sacó su píe frío de la cama con miedo, sabía que el contacto con el piso helado iba a terminar de congelar su cuerpo. Cuando piso y pie se tocaron, sintió un escalofrío por todo su cuerpo que solo podía comparar con lo que sintió aquella vez que tuvo en frente ese polvo blanco, mientras el hombre que decía que la amaba la incitaba a inhalarlo, pues su miedo a las agujas jamás le permitió inyectárselo. Esa vez tenía miedo, ansiedad, curiosidad, esta última fue la que la llevó a probar, la que la metió en ese mundo sin salida, la que acabó con su vida.

Esa mañana sentía que su cuerpo era tan pesado que no iba a poder sostenerse sola, pero se veía como si pesara más una pluma; sus huesos se marcaban y las ojeras eran cada vez más evidentes. Dolía ser ella. Fue al baño y el agua helada la llevó a la realidad, esa que se esfumaba junto con el polvo blanco que inhalaba a diario. Vió cómo aquella mujer que todos consideraban hermosa hace solo unos pocos meses se había convertido en un fantasma, alguien por la que los demás sentían lástima, un personaje en el espejo que ella repudiaba pero no podía alejar.

Sonó el timbre y con su cuerpo aún mojado, completamente desnuda se dirigió a la puerta y sin preguntar quién era, abrió. ¿Quién más podría ser si no su demonio, el causante de todas sus infelicidades? Lo miró a los ojos con desprecio, le dio la espalda y fue a su habitación para vestirse: una sudadera azul y una camiseta negra fueron su elección del día, y una cola de caballo en su pelo, la cual dejaba ver su huesuda cara, no permitiría que este interfiriera cuando se agachara para inhalar de nuevo.

Salió a la sala y allí estaban, ese par de líneas blancas esperando por ella, al lado del hombre que disfrutaba verla transportarse a otro mundo entre espasmos leves y escalofríos. Se sentó en el piso e inhaló, pero esta vez los espasmos fueron mayores, su corazón comenzó a latir más despacio y sus ojos se pusieron completamente blancos antes de caer al suelo; su acompañante asustado recogió su maleta y salió corriendo de allí, dejándola en esa leve línea que la separaba de la muerte, esa línea blanca igual a la que ella acababa de inhalar.

 
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