23 oct 2009

Intruso en el refugio

Estaba sentada en el banco de un parque, miraba al infinito y tenía la mente en blanco, algo inusual en ella, que era una mujer que siempre estaba pensando mil cosas a la vez, hacía planes, recordaba canciones, imaginaba los más románticos poemas y deseaba realizar muchas buenas acciones a la vez.

De pronto sus ojos se posaron sobre una hermosa pluma blanca que paseaba por el parque a merced del viento, era pequeña, tímida, quería pasar inadvertida, pero jamás lo lograría con esta mujer sentada en el banco del parque. Ella vió la pluma e inmediatamente su mente comenzó a volar también, imaginando todo lo que pudo haber visto en sus viajes empujados por el viento, cuando de repente un niño pequeño saltó, la tomo entre sus manitas y se dirigió a la mujer con una gran sonrisa en su cara. Él se había dado cuenta que la mujer quería tenerla y para ella la había atrapado. Era su madre y aunque fuera solo un infante, tenía claro que quería darle todo, así como ella le daba a cada instante todo su amor, toda su atención, toda su vida.

La mujer le devolvió la sonrisa, guardó la pluma en el bolsillo de su camisa, en ese que quedaba al lado del corazón, tomó al niño de la mano, lo besó y le propuso que volvieran a su casa. Allá estarían solos, era su mundo, nadie podía vulnerarlo, nadie podía entrar más que ellos dos, ni siquiera las plumas voladoras, por más hermosas que fueran.

Allá en su pequeña casa eran felices, jugaban, cantaban, aprendían, crecían juntos. Nada los dañaba. Fue así, entre risas y secretos que hablaron de todo, el niño preguntaba constantemente a la madre y ella, en medio de su gran amor respondió pacientemente a cada una de sus dudas.

Una tarde, mientras la madre esperaba a que su hijo saliera del colegio, un hermoso perrito se le acercó y comenzó a batirle la cola, ella lo miró enternecida y lo levantó al nivel de su cara, en el momento en el que el animalito se disponía a lamerla para mostrar su aprecio, ella sintió que halaban suavemente su falda y, al mirar hacia abajo vió a su hijo junto a ella con cara curiosa; sus ojitos no sabían hacia dónde dirigirse, si a su mamá para que le explicara por qué tenía un perro en las manos, o a ese precioso animal que lo observaba desde las alturas.

Su mamá entendió esa mirada y le dijo que acababa de verlo, juntos buscaron incansablemente a los dueños pero fue una causa perdida, no lo lograron. Ya empezaba a anochecer y los tres: madre, hijo y perro estaban cansados y hambrientos, por lo que se dirigieron a su casa a reposar. En su refugio soltaron al animal que comenzó a recorrer toda la casa, olía cada rincón, lo inspeccionaba y sin que sus nuevos dueños lo notaran se apropiaba de cada uno. Este era ahora su hogar.

La mujer y el niño le dieron comida al perro mientras le ubicaban su cama junto a la chimenea De ahora en adelante ya no eran solo los dos, un intruso había logrado ingresar a sus vidas con una mirada tierna y ahora eran tres: tres para jugar, tres para cantar, tres para aprender, tres para crecer.

Fin.




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