16 abr 2010

Sueños muertos

Parada en la puerta de su casa veía cómo las personas pasaban apresuradas hacia sus lugares de trabajo sin fijarse en ella. A veces se sentía tan insignificante, tan invisible para el mundo. Decidió dejar a un lado esos sentimientos desagradables que la invadían desde aquél día y se entró. Todo era igual siempre, los muebles en el mismo lugar desde hace tantos años, las mismas fotografías de un pasado que jamás podría volver ni siquiera a recrear, el ambiente triste y melancólico de lo que fue y no pudo seguir siendo. Desde ese día todo su entorno había cambiado, su familia le sentía lástima, aunque no lo dijeran, ella lo notaba, esa mirada no podía significar otra cosa. Se sentía tan mal cada día, quería que todo hubiera sido distinto, pero el destino no se lo permitió y ahora tenía que luchar con esa realidad así no quisiera, así no tuviera la fuerza necesaria para hacerlo, así supiera que no valía la pena.

Decidió comenzar a arreglar ese que llamaba hogar, lavó los platos sucios, recogió la ropa de la secadora, la dobló y la guardó, tendió la cama, barrió el piso y limpió el polvo de los muebles. Todo le costó mucho trabajo, ahora recordaba cuando hacer todas esas actividades era sencillo, pero tenía que olvidarse de aquellos días, no iban a volver. Eso le habían dicho los médicos, tendría que estar atada a esa silla de ruedas el resto de su vida, una vida que en el fondo esperaba que no fuera tan larga, aunque sabía que posiblemente sería todo lo contrario pues ella solo contaba con 24 años. Tenía tantos sueños y ese borracho que manejaba irresponsablemente esa noche y que la atropelló terminó con todos; ¿para qué soñar si sabía que no podía cumplir ninguna meta? No tenía motivaciones, no quería salir de su casa, sabía que estar en silla de ruedas no era un total impedimento, pero ver su cara desfigurada en el espejo cada mañana le recordaba las miradas de lástima de su familia, con eso tenía, no soportaría esa misma mirada en un extraño, y por eso decidió que el resto de su vida transcurriría en el encierro de su casa, una casa lejos de los borrachos irresponsables que solo saben matar los sueños de los demás.

1 abr 2010

Ese cielo oscuro

Ese cielo oscuro, lleno de nubes que indicaban la cercanía de una fuerte lluvia, ese cielo tormentoso que le encantaba mirar a través de su ventana, que le recordaba la tarde en que él se alejó y la dejó sola, sin saber qué hacer, para donde ir, qué camino tomar. Esa tarde que maldecía cada día de su vida y que quisiera borrar para que las cosas no hubieran cambiado y continuara todo como antes, como cuando desayunaban en la cama y se reían a carcajadas, como cuando se miraban a los ojos y sabían lo que pensaban; tenían esa conexión que nadie más tendría, eran tan parecidos, tan cómplices, ¿por qué la había dejado entonces?, ¿qué hizo ella que lo molestara tanto? Sus ojos se llenaban de lágrimas y nublaban su vista, no podía evitarlo, escondida en su cuarto lloraba para que nadie más lo notara, para que nadie supiera que lo extrañaba, que ella era débil sin él, que no quería continuar si no estaban juntos.

Aquella tarde sin decir nada él empacó sus pertenencias en dos viejas maletas y antes de salir volteó solo un segundo para mirarla y besarla en la frente, ella no supo qué decir, solo sabía que no volvería a verlo, que quedaría en sus recuerdos, esos que poco a poco se borrarían de su mente con el tiempo. Maldito tiempo. Tenía sus fotos, pero para qué servían si ellas no podrían hablarle, no podrían aconsejarle como él lo hacía. Entre tanta confusión solo atinó a cerrar sus puños, sentía rabia, desilusión y quería gritarle a la que sentía era la culpable de que él la abandonara, pero lo único que pudo atinar fue a voltear y mirarla con sus ojos tristes, esa mujer lo había alejado de ella, no se lo perdonaría nunca, pero ella era tan pequeña en ese momento, tan inofensiva, que se fue a su cuarto sola a llorar, ese lugar lleno de los juguetes que él le compró durante su corta vida juntos, cada uno se lo recordaba, y esos recuerdos no permitían que pudiera parar de llorar. Entre tantas lágrimas y reproches a su madre, nunca se dio cuenta que esta también sufría, que tampoco quería que él las dejara y que había hecho todo lo posible para que su padre jamás las abandonara, como lo acababa de hacer bajo ese cielo oscuro.

 
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